Inspirado en el K-pop surcoreano, el cantante peruano agita la escena musical fusionando este género con el folklore de los Andes y la lengua de los incas.
Es peruano, se llama Lenin como el líder de la Revolución Rusa, canta en quechua, el idioma de los incas, y su aspecto físico se asemeja a las estrellas surcoreanas del K-pop. En el ser de Lenin Tamayo Pinares confluyen las energías de tres continentes, aunque esa singularidad no siempre sea abrazada con respeto en las redes sociales, ese mundo con el que sostiene una relación de amor-odio, pero que, finalmente, ha logrado que sus actuaciones y su música entren por los ojos y los oídos del público. Con tal impacto que han decidido regalarle miles de corazones virtuales en Tik Tok, que es como se mide el apoyo en estos tiempos. Acumula más de cuatro millones de “me gusta” en su cuenta oficial.
Desde una azotea con vista a múltiples paredes sin tarrajear de edificios aledaños, en el distrito de Comas, al norte de Lima, Lenin habla de su proyecto con la sabiduría de un veterano: a sus 23 años, más que obsesionarse con las métricas, le preocupa cultivar una comunidad de seguidores; su pretensión no es alcanzar la fama sino dejar un legado; pero sobre todo ser fuente de inspiración y esperanza para quienes han sido discriminados y aún no encuentran su rumbo. “El artista no solo canta o domina instrumentos, tiene el poder de mover conciencias. Más si lo haces para reivindicar tu identidad en un país desigual e injusto”, dice mientras se pasa los dedos por sus cabellos lacios.
Este lugar, donde cuatro gatos se están echando una siesta, se ha convertido en la nueva morada de Lenin. Hace casi tres meses se mudó junto a otros tres amigos músicos para darle vida a su primer disco que llevará por nombre Amaru (serpiente). Dos de ellos, Nael y Rutti, se encuentran en estos momentos, dándole unos ajustes a uno de los temas en el cuarto de grabación. A unos pasos registrándolo todo desde una tablet está Yolanda Pinares, la madre de Lenin, una reconocida cantante folclórica a la que su muchacho honra en cada entrevista, diciendo que es “su gran escuela”.
Y no le falta razón: antes de crear una ramificación andina del K-pop surcoreano, Lenin se crio detrás de los escenarios. Yolanda le daba de lactar antes de salir de cantar. Ese acercamiento tempranero trazó su devenir. La música ha sido desde entonces su regazo y su oxígeno. En casa se escuchaba desde el grupo Alborada hasta Mercedes Sosa, pasando por los Kjarkas. A esa base, Lenin le sumaría con el tiempo el sonido de su época: los opening de los animes (su favorito es Digimon), el pop melódico de Girls’ Generation, el fenómeno mundial de BTS y últimamente el desenfado de Rosalía. El resultado, bautizado por los cibernautas como Q-pop, está disponible a unos clics de distancia.
Si bien nació en Lima, Lenin nunca tuvo que aprender quechua. Ha sido parte de su existencia. Yolanda, que nació en Cusco y vivió mucho tiempo en Abancay, le ha conversado desde muy pequeño en el idioma del Tahuantinsuyo. Es uno de los lazos más fuertes de su vínculo: cuando desean tocar algún tema personal o incluso bromear lo hacen en quechua. Las costumbres continuaron en el colegio: en la lonchera le mandaban cancha, habas o tarwi. Todos alimentos que brotan entre las montañas y los ríos de la sierra peruana.
Por eso Lenin solía ser motivo de burla. No suele encajar en la costa, y más aún en la capital, quien preserva su andinidad. Ay, de quien se rebele ante la corriente. Pero Lenin tenía un segundo asunto por el cual no era bien tratado por sus compañeros: su físico. Su rostro delgado, mandíbula marcada, ojos afilados, cejas pobladas, y un cuerpo fino como un alfiler. Curiosamente, los atributos por los que lo rechazaban son los que ahora despiertan simpatía en su público.
Desde que ganó un concurso en la facultad de Psicología de su casa de estudios, la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lenin tomó la decisión de dedicarse de lleno a crear sonoridades. De hecho, considera que ejerce su carrera a través de su música. “Junto a mi primer álbum estoy preparando una tesis. Quiero presentarla con el disco”, dice, mostrándome sus avances desde su tablet. Lleva seis capítulos en su investigación y dos nombres tentativos: “exploración psicosocial en la música andina contemporánea como agente de cambio y empoderamiento en la lucha de las minorías” o, en todo caso, “Amaru, fusiones sonoras para la transformación social: un análisis psicosocial del impacto en la música andina en la conciencia colectiva”.
Amaru será un disco de doce canciones inéditas, pero lo dividirán en tres EP de cuatro temas. Cada uno estará anclado en un plano de la mitología incaica: Kay Pacha (el mundo de los vivos), Uku Pacha (el mundo de los muertos) y Hanan Pacha (el reino celestial). Amaru es una adaptación libre de varios mitos y leyendas andinas. El fondo musical tendrá texturas de zampoña, charango, pututos, chajchas y lluvia. El peso de la voz y el baile recaerá en Lenin. Hay que escucharlo en vivo, dibujando las palabras en quechua, y danzando como un surcoreano más envuelto en telares multicolores. La próxima semana viajará al Cusco con su equipo y los integrantes de una escuela de cine para grabar los primeros videoclips del álbum.
Lenin es un artista autogestionario en medio de una industria precaria. Editó sus primeros videoclips -el primero fue Tusurikusun (Cuando estoy aquí) en enero de 2020-, ha diseñado sus propias coreografías y también ha ideado su vestuario, que suele tener parches y accesorios de la serranía. Se ha presentado en cuatro ciudades del Perú: Cusco, Trujillo, Arequipa y Lima. Pero ansía tener conciertos con frecuencia y ser “un artista de escenario y no solo de estudio”, como le ha aconsejado mamá Yolanda, quien lo alumbró a los seis meses y cuatro días. Sus primeros tres meses de vida, los pasó en la incubadora. Quien viene a este mundo pesando un kilo y 800 gramos es alguien que luchó para existir. Pero la batalla para Lenin prosigue: trascender en la música y no ser un ave de paso. Va ganando: es el hacedor del Q-pop.