Fue la primera mujer en ocupar un cargo político en Argentina. Vivió 100 años y hasta el último día luchó por crear una sociedad más justa e igualitaria.
Fuerte, decidida, vanguardista, seria, convencida y desafiante son algunos de los adjetivos que podrían describir a una las figuras más importantes e influyentes del siglo XX en Argentina: Alicia Moreau de Justo. Eterna defensora de los derechos humanos y especialmente de las mujeres, encarnó la lucha desde la educación, la política y la medicina. Fue la primera mujer en ocupar un cargo político en el país y la segunda en recibirse de la carrera de medicina.
Gracias a ella y al trabajo de sus contemporáneas hoy gozamos de derechos y libertades que nos parecen comunes pero que costaron la lucha de cientos de mujeres que como Alicia allanaron el camino hacia un mundo más justo e igualitario. Entre otras causas, militó el sufragio femenino, los derechos laborales de las mujeres, el divorcio vincular, la patria potestad compartida entre madre y padre o que todos los hijos de una familia sean iguales ante la ley.
Formó parte del Partido Socialista Obrero cuando aún las mujeres no podíamos votar. En 1975, a sus 90 años retomó la actividad política, convirtiéndose en una de las figuras que le hizo frente a la última dictadura cívico-militar “¿qué me van a hacer a mis 90 años? Verguenza mundial sería”. Fue directora de La Vanguardia, periódico del partido del que ella formaba parte que funcionó como órgano de difusión y defensor de la clase trabajadora. Su primera editorial, escrita por su marido, el médico Juan B. Justo, sentaba las bases de un periodismo militante.
Para conocer aún más la vida y obra de Alicia, Filo.News entrevistó en 2020 a una de sus discípulas y amiga personal, Elena Tchalidy, quien trabajó codo a codo con ella y la acompañó en sus últimos 10 años de vida. “La gente pensaba que yo era su secretaria, su chofer, y ella simplemente me presentaba como su amiga, cosa que para mí era un honor enorme. De las personas que la conocieron y que todavía estamos vivas soy una de las pocas que la conocieron tanto. Todo el mundo sabe que yo fui su compañera de los últimos 10 años”.
Alicia nació en Londres en 1885 y murió en Buenos Aires en 1986 durante el Gobierno de Raúl Alfonsín, con quien tenía una relación de mutuo afecto y respeto. Luchadora incansable militó hasta su último día de vida; vivió 100 años y no dejó pasar uno solo sin querer darlo vuelta todo.
El espíritu revolucionario estaba en su sangre. Ella y su familia llegaron al país gracias a su padre Armand Moreau, de origen francés, que tuvo que exiliarse de París por haber intervenido en el movimiento insurreccional conocido como la Comuna de París, en 1871. Luego de recorrer varios países europeos se instalaron en Argentina en 1890.
“Alicia estaba muy convencida de sus ideas, en parte, por su padre, una persona que influyó mucho en ella. Él era “muy de los libros, muy de esto, muy de lo otro”, entonces ella ya desde joven tenía ideas muy nuevas para la época. Cuando era jovencita no se afiliaba al Partido Socialista porque les decía que eran poco revolucionarios”, recordaba Elena entre risas, “así que imaginate lo que era Alicia”.
Tanto ella como su padre compartieron el amor por la literatura y el conocimiento. Alentada por él, dueño de una librería en Buenos Aires, desde chica fue una ávida lectora. Sus ideas crecieron tanto que ya de joven las plasmó en papel y fue autora de dos libros: “Evolución y educación” y “La mujer en la democracia”.
Siempre le puso el cuerpo y el corazón a la causa feminista. En 1906, participó del Congreso Nacional del Libre Pensamiento, donde dicen conoció a Juan B. Justo, y al año siguiente intervino en el Congreso Feminista del Comité Pro-Sufragio Femenino. En 1907 ingresó a la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, graduándose en 1914, con diploma de honor. Fue la segunda mujer médica del país.
Por su destacado desempeño académico, hizo su residencia en ginecología en el Hospital de Clínicas y allí atendió a mujeres de bajos recursos, trabajadoras sexuales o víctimas de violencia, contrariamente de lo que hacían sus pares varones pero en línea con sus principios: priorizar siempre a los más necesitados. Elena recordaba esas épocas por las historias que Alicia le contaba: “Ella trabajó en un momento en la que las médicas no tenían muchos pacientes a menos que fueran otras mujeres o niños porque los hombres desconfiaban, no se atendían con ellas”.
“En el hospital de clínicas no había comodidades para que una mujer fuera a hacer la residencia allí, había solo para los hombres. Entonces las enfermeras le tenían que preparar un sillón lo más cómodo posible para que ella pudiera ir a hacer las guardias. Y no te creas, que al mismo tiempo te digo que en el Palacio de Justicia durante muchos años no hubo baños para mujeres, porque se supone que esas cosas estaban prohibidas para nosotras, que no teníamos nada que hacer ahí”, contó Tchalidy.
Elena dirigía la Fundación Alicia Moreau de Justo, una organización creada en honor a su amiga que se dedica a prevenir, investigar y brindar asistencia a mujeres, niñas, niños y adolescentes víctimas de violencia intrafamiliar desde la atención jurídica y el apoyo psicológico. En 2011 fue nombrada Personalidad Destacada en el campo de los Derechos de las Mujeres por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
“Yo era feminista pero no lo sabía”, decía Elena, que estudió Ciencias Químicas cuando las mujeres estudiantes representaban solo el 15% del total. Años después, se recibió de ingeniería agronómica y ahí también “éramos muy pocas las mujeres. Esos no eran lugares para nosotras. En esa época consideraban que no teníamos seso para lo que hoy todavía llaman las ciencias duras: las matemáticas, la química, la física. Teníamos que saber coser y rezar, con eso alcanzaba”.
Tchalidy fue, nada más ni nada menos que, una de las precursoras de los Encuentros Plurinacionales de Mujeres y Disidencias. El primero de todos fue en 1986, en el Teatro San Martín de la calle Corrientes: “Alfonsín toma el gobierno el 10 de diciembre y yo el 15 ya estoy convocando a todas las compañeras que habían estado trabajando en algo de las mujeres para conmemorar el 8 de marzo por primera vez en la calle”, decía Elena, reproduciendo con su voz el entusiasmo de aquel entonces.
Recordaba ese día con emoción y lo contaba como si hubiera sido ayer: “¿Viste cuando todas las cosas andan mal? Llovía, había paro de taxis y no sé qué otra cosa más. Igual lo hicimos y a pesar de todas esas adversidades fuimos más de mil asistentes. Cuando las mujeres tenemos interés en algo, nos juntamos; con dificultades pero nos juntamos”. En ese primer encuentro pidieron siete cosas de las cuales consiguieron cinco, en menos de cinco años. “De todas formas fue un triunfo. Los otros dos que faltaban iban a tardar bastante tiempo. Uno era igual trabajo por igual salario, que todavía lo estamos luchando”, contaba a Filo.News.
Si bien compartían los mismos espacios políticos, Elena conoció a Alicia sobre el final de su vida casi por casualidad, en 1975, un año antes del último golpe militar en Argentina: “Los últimos diez años de su vida, que es cuando ella vuelve a la actividad política, son los años de los militares. Yo la acompañaba a todos lados. Decía que nunca pensó que en su vida fuera a entrar a tantas iglesias, porque las reuniones secretas se hacían en las iglesias”.
La conoció de cerca, la acompañó y la cuidó con mucho amor. “Vivíamos en la misma cuadra, en Caballito, y como yo manejaba una camioneta a ella le venía muy bien, porque los autos altos para una persona mayor son mejores. Yo la arrimaba la camioneta bien a la vereda, ella se sentaba primero, después giraba las piernas y ya estaba sentada perfecta. Entonces me convertí un poco en su chofer y por el otro lado tuve el honor de que me presentara como su amiga”.
¿Cómo era Alicia?
– «Era muy seria, muy severa, era muy difícil de entrar en su intimidad, pero era realmente una mujer muy especial. La vida política no le fue fácil, por un lado, porque era mujer, y por el otro, porque tenía posiciones muy fuertes, no era fácil de cambiar de parecer. Cuando había reuniones del partido Socialista decía que se dormía antes una buena siesta para quedarse hasta el final y discutirle a quien tuviera que discutirle».
¿Cómo ve a los movimientos feministas actuales?
– «Pienso en las chicas, que me encanta que sean muchachas jóvenes, las que hace 5 años están con el “Ni Una Menos”, pero lo que pasa es que cada una de nosotras, cuando empieza este camino de trabajar por los derechos de las mujeres, piensa que es la primera que lo hace y precisamente lo que importa es que se empezó hace mucho tiempo y es la consecuencia del trabajo de varias generaciones de mujeres. Además, me encanta que no sean solamente las chicas jóvenes las que militan, porque nosotras cuando trabajábamos en el siglo pasado, a partir del 84, éramos todas mujeres de cuarenta, cuarenta y pico, mujeres grandes, las jóvenes estaban en otra cosa. Y ahora me encanta que sean jóvenes y sobre todo que las acompañen muchos de sus compañeros, incluso hombres más grandes que están siendo catequizados por sus hijas.
Junto a Cecilia Grierson, colega y compañera de miltancia, organizaron el Primer Congreso Feminista Internacional en 1910 que contó con la participación de destacadísimas activistas del movimiento feminista como Julieta Lanteri, Sara Justo, Ada Elflein y muchas más. La reunión pretendía establecer lazos de unión entre todas las mujeres del mundo; más allá de sus posiciones sociales y derribar prejuicios, tratando de mejorar la situación social de las menos favorecidas.
En 1914, cuando se desató la Primera Guerra Mundial, se puso al frente del movimiento pacifista, bandera que enarboló y defendió toda su vida. «Estoy absolutamente convencida de que es posible hacer transformaciones revolucionarias pacíficamente. Pienso que las grandes revoluciones son las que se hacen a nivel intelectual. El haber descubierto que la tierra no es centro del mundo, ha significado una verdadera revolución«, argumentaba Moreau.
En 1918 fundó la Unión Feminista Nacional a la que adhirieron, entre otras, la poetisa Alfonsina Storni y la médica Elvira Rawson. En 1919 participó como delegada en el Congreso Internacional de Obreras que se reunió en Washington, donde tomó contacto con las sufragistas norteamericanas. La causa del sufragio femenino fue una de las que más militó.
Alicia Moreu conocía a Juan B. Justo desde joven, pero no fue hasta 1921, cuando ella finalmente se afilió al Partido Socialista, que se casaron y tuvieron tres hijos. “Algunos dicen que no se casó, otros que sí, de todos modos era lo suficientemente independiente para hacer lo que quería”, dice su amiga. Justo murió muy pronto, en 1928 y ella se quedó con sus tres hijos a quienes tuvo que criar y sostener sola, en una época difícil para las mujeres.
Apasionada por la literatura, además de publicar dos libros, fundó en 1910, con solo 25 años, el Ateneo de Mujeres que realizaba publicaciones de avanzada para la época para mujeres de clases populares. Además, publicó varios artículos sobre educación y política en la Revista Socialista Internacional, en la cual participaban otras revolucionarias como Rosa Luxemburgo y Clara Zetkin. Años más tarde, en 1958 fue designada directora de La Vanguardia, uno de los periódicos más influyentes del siglo XX en Argentina.
Muchas causas le quitaban el sueño, pero la del sufragio femenino era una de las que Alicia se cargó al hombro con mucha convicción. En 1932 preparó un proyecto sobre voto femenino, que fue aprobado en la Cámara de Diputados y rechazado por la de Senadores. Líder del Socialismo nacional fue opositora al peronismo, tanto que en 1953 fue encarcelada junto con otros dirigentes políticos. En 1955 fue designada miembro de la Junta Consultiva creada por el gobierno que derrocó a Perón.
Ya siendo una mujer mayor, intervino en 1975 en la fundación de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, de la que llegó a ser copresidente y desde esa posición recibió a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que en 1979 llegó al país para investigar violaciones a los derechos humanos. “Mucha gente la contactaba para tratar de averiguar algo, encontrar respuestas a lo que estaba pasando, y ella siempre es una figura muy fuerte, decía que a sus 90 años los militares no le podían hacer nada, no les tenía miedo”, relataba Elena, orgullosa.
Resumir la vida de Alicia no es tarea fácil: política, periodista, médica, feminista, docente, escritora, fue todo eso y mucho más porque cada lugar que ocupó y cada espacio que habitó fue transformado tras su paso. Hoy, gracias a ella, las mujeres argentinas y de la región gozamos de derechos civiles y reproductivos que siguen siendo banderas de lucha y conquista del feminismo. Un regalo que no tiene precio.
“Desafió muchas cosas, pero también tuvo sus enemigos, no te creas que porque fuera del partido socialista estaban de acuerdo con lo que ella sostenía porque era una mujer y eso le complicaba las cosas”, describía Elena a su amiga del alma, Alicia, que, aún rodeada de adversidades y limitaciones, nos deja un legado fundamental: nada es imposible cuando nos juntamos.
Murió el 12 de mayo de 1986 mientras dormía, tras pasar 100 años en este mundo que muchas veces es injusto y cruel pero que gracias a su trabajo es sin dudas un lugar mejor. Dicen los que la conocieron que ella quería que en su epitafio estuviera la siguiente frase: “Aquí yace una gran luchadora contra molinos de viento”. Y así fue.
Fuente: Filo News