*Escribe Victoria Rodríguez Rea para Medios Rioja
Lo primero que se piensa cuando se recuerda a Leopoldo Lugones es en que fue el tipo que decidió indicar para la posteridad que el Martín Fierro era el libro nacional, por reunir las características de la ficción épica que toda Nación necesita para reforzar, justamente, su identidad. Fue, además, el fundador de la Sociedad Argentina de Escritores -junto a Horacio Quiroga, Jorge Luis Borges y otros-, y el primer presidente de esta. Entre sus obras más destacadas están “La guerra gaucha”, “Las fuerzas extrañas” y “El payador”.
Claro que las meditaciones de Lugones y sus contemporáneos, en medio del Centenario y sus exigencias de reforzar el espíritu nacional, sirvieron. En este caso para asentar la hipótesis de la existencia de la literatura argentina. Más adelante, los pensadores diferenciarían la literatura argentina de la nacional. Hoy no nos cabe duda de que sí, existe la literatura argentina, y estudiarla no se reduce a periodizaciones bien marcadas, por el contrario se trata -desde hace un buen tiempo y afortunadamente- de matizarla.
En sus días, Lugones no sólo se ocupó de ordenar lo que heredaríamos como literatura argentina, marcadamente nacionalista. También sentó bases de un género que germinó exitosamente en el país, y siguió y se refinó con autores canónicos como Borges o Bioy Casares. Hablo del género fantástico, que nos dio una tradición variopinta y necesaria para entender desde la literatura muchos procesos sociopolíticos fundamentales del país.
Pienso que tanto los ecos de la problemática de la nación como el género fantástico son propios de la tradición de la Argentina literaria. Y no puedo dejar de pensar en la polarización entre la literatura nacionalista -de raigambre gauchesca, de color marrón, de temáticas montoneras- y la literatura fantástica, que recorre otros caminos, que se detiene en los extrañamientos, que irrumpen lo conocido.
A la primera se le adjudica, como condición de posibilidad, el compromiso con la proyección política, la toma de postura. Al segundo, con el mismo prejuicio se le acusa de tibieza porque sus operaciones son, supuestamente, evasivas, buscan un mundo lejano, buscan salirse de aquí.
Pero animémonos a sortear esa estructura: ¿qué hay de común entre ambas esferas? Sospecho que hacen ver una realidad, como un síntoma avisan que algo está sucediendo. De un modo u otro, los recovecos de Lugones acaban en las representaciones de lo argentino.
Personalmente, no me atrae la literatura por pertenecer a los géneros. Principalmente en estos tiempos, los géneros están difusos y una celebra que la lectura no descanse en reglas precisas sobre lo que es o no es según normas premeditadas. Ya lo decía Borges sobre la tradición y los escritores: somos irreverentes. La literatura en nuestros territorios nos hace hablar los lenguajes de las irreverencias.
También esa literatura refleja las derivas de las transformaciones políticas. Por lo tanto, tras la pregunta por lo argentino y la escritura, me pregunto cuáles son las preocupaciones de los escritores contemporáneos.
Una rápida indagación conduciría a los reclamos que autores como Martín Kohan y Sergio Olguín hicieron hace un tiempo sobre la dimensión laboral de la escritura, lo que se señala como una relación desigual entre autor y editorial. Pero profundicemos: en tiempos de federalización neurótica, ¿qué preocupa a los escritores del NOA? ¿Qué convoca a los escritores de La Rioja?
Y ahí cabe indagar si existe una patria chica que se busca reforzar, ya sea bajo el impulso del lugar común, ya sea bajo la influencia del interés institucional. Además, ¿qué convoca a los escritores riojanos en este día? Y de seguro las respuestas serán dadas con cansancio en los hombros, por el peso de la crisis, por los efectos de la marginación de la cultura.