Se trata del dirigente campesino e integrante de la pastoral de Monseñor Enrique Angelelli, quien fuera acribillado por un genocida ‘grupo de tareas’, frente a su familia, el 25 julio de 1976.
El Tribunal Oral Federal (TOF) de La Rioja dará inicio el próximo viernes al juicio oral y público por el asesinato del dirigente campesino Wenceslao Pedernera, integrante de la pastoral de Monseñor Enrique Angelelli y acribillado por un ‘grupo de tareas’ frente a su familia el 25 julio de 1976.
Tras varias dilaciones, el juicio a cargo de los magistrados José Camilo Quiroga Uriburu, Mario Martínez y Juan Carlos Raynaga comenzará el viernes a las 9 en la sala de audiencias del TOF de La Rioja, y tendrá como único imputado al exgendarme Eduardo Abelardo Britos, acusado de ser autor intelectual del hecho cuando se desempeñaba como jefe del Escuadrón 24 de Gendarmería con sede en Chilecito. Britos se encuentra actualmente cumpliendo condenas previas en Salta por delitos de lesa humanidad perpetrados durante la última dictadura militar.
Una de las hijas de Wenceslao, el cura de la Parroquia Nuestra Señora del Rosario de Ulapes, Gonzalo Llorente, que trabajó junto a él, y la doctora en Historia Gabriela Peña relataron a esta agencia cómo fue el recorrido de este referente campesino laico que dejaría su vida armada en Mendoza para sumarse a la obra de monseñor Angelelli en La Rioja. Oriundo de la localidad puntana de La Calera, en 1961 Wenceslao migró a Mendoza, donde conoció a su mujer, Marta Ramona Cornejo, «Coca», una catequista mendocina con quien tuvo tres hijas: María Rosa, Susana Beatriz y Estela Marta.
En aquellos primeros años, la familia Pedernera llevó una vida tranquila gracias al trabajo de Wenceslao en la empresa vitivinícola Gargantini, donde se les asignó una casa para vivir dentro de las grandes extensiones de la finca y donde fue elegido como delegado gremial. Fue acercándose a la iglesia por su esposa y entró en contacto con dos dirigentes del Movimiento Rural, Carlos di Marco y Rafael Cifré, quienes lo invitaron a un encuentro en La Rioja, donde Wenceslao conocería a Angelelli y al proyecto que éste había encarado de llevar a la práctica la doctrina del Concilio Vaticano II: una iglesia con un fuerte compromiso social y de opción preferencial por los pobres.
Interpelado por la obra de Angelelli, Wenceslao decidió mudarse con su familia a La Rioja y construyó desde cero un humilde hogar en la localidad de Sañogasta, al oeste de la provincia, desde donde impulsó la organización de los trabajadores rurales en cooperativas para que la tierra «fuera de todos y trabajada por todos». «Dejó todo con su esposa y sus hijas para comprometerse por este ideal de la tierra compartida, no una tierra acaparada por unos pocos sino una tierra compartida en el trabajo por todos y con sus beneficios para todos», señaló el Padre Llorente, amigo de Wenceslao.
Llorente destacó el «carácter solidario y comprometido» de este campesino laico, un «hombre de pocas palabras, más de la acción, con un gran sentido comunitario y de trabajo junto a los otros». «En una provincia donde la tierra estaba acaparada por unos pocos, grandes empresarios agropecuarios y agrícolas de la zona veían este proyecto cooperativo con mucho temor de que se tratara de una experiencia al estilo de las granjas rusas, así comenzó un proceso difamatorio y de persecución muy violento», explicó Llorente.
Y agregó: «El golpe militar del ’76 fue apoyado por familias pudientes tradicionales de La Rioja que se oponían a esta pastoral del pueblo, de los pobres, que generaban iniciativas nuevas de dignidad para la gente basadas en la propuesta eclesial que provenía del Concilio Vaticano II».
En coincidencia, la historiadora Peña señaló la situación de «una provincia con un 90% de pobreza gravísima» y con la presencia de «grupos poderosos a los que no les gustaba esta orientación eclesial que se estaba dando», y que empezaron a hacer sentir su fuerza «incendiando lugares de la iglesia, apresando personas, difamando y ejerciendo todo tipo de amedrentamientos».
«En 1976, con el golpe de Estado la situación era perfecta, porque estos grupos poderosos tenían en las Fuerzas Armadas un instrumento útil para cumplir sus objetivos, que eran acabar con este proyecto de iglesia», reseñó Peña, autora del libro «Wenceslao Pedernera: El santo de la puerta de al lado».