El humorista gráfico y dibujante vive en EEUU pero en estos días está de visita en Argentina para presentar en la Feria del Libro sus más recientes creaciones, «El fantasma del faro» y una nueva entrega de «Macanudo», su mítica tira.
El humorista gráfico y dibujante Ricardo Siri Liniers vive en Estados Unidos pero en estos días está de visita a la Argentina para presentar en la Feria del Libro sus más recientes creaciones, «El fantasma del faro» y una nueva entrega de «Macanudo», la mítica tira en la que Enriqueta, Olga, los pingüinos y otros seres fantásticos componen un mundo que sorprende, se renueva año tras año -va por el número 15- y sigue conquistando el universo de la historieta. «Para mí, la única forma de no ser un viejo amargado es dibujar», dice en diálogo con Télam.
A mediados de 2002 y con un país bajo una realidad política complejísima, Liniers estrenaba Macanudo, una historieta que oscila entre el existencialismo y el humor, pasando por momentos irónicos, otros absurdos y algunos triviales de la vida cotidiana. Sus creaciones son editadas en varios idiomas por el mundo, sus dibujos fueron tapa de la revista New Yorker en reiteradas ocasiones y en ese transitar el artista compartió experiencias artísticas y creativas con otros pares como Alberto Montt y Kevin Johansen. Hace 5 años se mudó a Vermont, en Estados Unidos, donde vive junto a su familia.
En un bar de Buenos Aires y en el marco de su presentación en la Feria del Libro, Liniers repasa su carrera y se divierte. El encuentro con Télam es una excusa para conversar sobre los disparadores de sus tiras y el rol de la historieta no solo como entretenimiento sino como herramienta para dar cuenta de las situaciones sociales y políticas de la realidad. Le gusta interrumpir la charla con alguna anécdota, hacer comentarios que se salgan de la respuesta políticamente correcta. Como en su arte, juega con los límites propios y de su interlocutor. Pareciera que habla como dibuja: bajo un constante desafío intelectual.
– Télam: ¿Cuáles son las similitudes y diferencias fundamentales en un proceso creativo a la hora de hacer historietas para adultos o para niños?
– Liniers: «Macanudo» no la hago para chicos, ni siquiera la hago para adultos. La hago para mí, es lo que a mí me gusta leer en el diario a la mañana. Soy adulto, sí. Pero también somos todos nuevos todo el tiempo. El universo tiene 13,8 millones de años, y nosotros vivimos 80. Es muy poquito el tiempo que tenemos acá como para andar definiendo. Nadie entiende nunca nada y después nos morimos: eso es básicamente la historia de la humanidad. «Macanudo» es así, según cómo me levanto cada día. En cambio, cuando dibujás pensando en un público infantil que te va a leer, lo más lindo es que van a entender rápido el juego. Un chiquito te asume las reglas en seguida. No cuestiona. Cuando hacés un libro de chicos le traés un monstruo, o un fantasma… no empieza a cuestionar, a decir que en realidad el fantasma es el miedo que le tenemos a la muerte, etc. Es un fantasma, hay un misterio y ya. Los adultos somos más cínicos, hacemos preguntas. El arte es siempre una propuesta de juego. Por eso creo que todos somos niños. Cuando las personas «adultas» van al teatro, también van a ver un juego.
– T: ¿Cuál era tu acercamiento con la historieta, con el arte en general?
– L: A los 10 años tenía clarísimo que era dibujante de historietas, porque todos iban a jugar al fútbol y yo me quedaba dibujando. A los 10 años, como todo chico de 10 años, sabía quién era. A los 18 años, como todo chico de 18 años, no tenía ni idea de qué quería ni quien era. Tardé un poco en volver a acordarme. Y el taller de historieta de Pablo Sapia fue como una luz roja de «Robocop»: se anularon todos los otros planes en mi cerebro. Se fue a la mierda la publicidad y ganar plata. Supe que iba a dibujar historietas y para dibujar historietas en este país tenía que dibujar 3 millones. Primero porque no soy muy bueno, entonces necesito las estadísticas de mi lado. Las «Mafalda» son todas buenas, los míos eran uno bueno de cada 28. Necesitaba, estadísticamente, hacer 280 malas para tener 10 buenas. Pensé que iba a ganar por cantidad y no por calidad. Y así empecé a dibujar, dibujar, dibujar hacia la nada. En los 90 habían cerrado todas las revistas de historietas: Fierro, Humor. Todo eso no estaba y todavía no existía internet como opción. Es una decisión muy intuitiva, no sabés qué hay del otro lado de esa decisión, pero no sabés por qué no podés hacer otra cosa. Cualquier otra opción era verme a los 70 años como un viejo amargado. La única manera de no ser un amargado era dibujar.
– T: ¿Cómo es el balance o la relación entre contenido y arte en «El fantasma del faro» y en las historietas en general?
– L: La historieta como manera de contar algo me encanta porque son dos disciplinas o talentos que generalmente no se dan en una sola persona. Hay gente que escribe muy bien y no sabe dibujar, hay gente que sabe dibujar y no sabe escribir. Pero cada tanto aparece alguien que puede y sabe hacer las dos cosas. Y cuando una historieta está funcionando bien, las dos cosas tienen que amalgamarse como Ginger y Fred. Cuando ves a Ginger bailando sola, pensás: qué lindo. Cuando ves a Fred bailando solo, pensás: qué lindo. Pero cuando los ves bailando juntos, es increíble. Pienso en ejemplos como «Maus», «Tintín», «Asterix», «Mafalda». El dibujo está tan bien casado con el texto y con la idea que es como que bailan. Y en este caso la que hizo bailar el texto es mi mujer, y la que hizo bailar el dibujo soy yo. Como nos conocemos tan bien, intuitivamente cada uno llevaba al otro a lugares en que podía moverse y resolver.
– T: ¿Te sentís más cómodo trabajando solo o acompañado?
– L: Tengo dos lados. En el solitario, que es «Macanudo», es donde soy el dictador. ¡Enriqueta, vaya y diga esto! Y Enriqueta va y lo dice, o lo hace. Los tenés ahí. Cuando laburás con alguien hay como una pequeña democracia. Además de con Angie (su esposa), laburé con Kevin (Johansen), con Montt, con Mario Bellatin. Eso te lleva a lugares de la cancha tuya que no vas, a lugares de tu jardín que no visitás. Kevin me subió a un escenario, yo solo no me subía a un escenario ni loco. Te corre los límites, te los abre, te hacen hacer cosas que vos no sabías que tenías adentro. Y para eso estamos acá, para descubrir cosas. Puede fallar, y cuando falla… es desopilante.
-T: ¿Cómo entran los temas de actualidad, como el cambio climático o la política, en una tira de historieta?
– L: Puede haber tiras que hablen de política, pienso en alguna sobre el matrimonio igualitario, o el aborto, pero no me interesa dibujar políticos. Lo que nunca hice fue el humor coyuntural. En un momento lo intenté, porque en «Macanudo» vale todo: vale rediseñar la tira, vale hacer otros personajes, el humor negro, el humor político y el humor autorreferente. Entonces en esa época hice algunas tiras con Menem, con Duhalde. Pero me di cuenta que no me gustaba dibujarlos, porque no los soporto. Entonces los dibujé de niños, porque quizás ahí funcionaba. Estaba Chacho Álvarez o De la Rúa de nenes, con un florero roto, diciendo «Yo no fui». Lo que descubrí ahí es que los odio inclusive de niños. Hay tiras que hablan de política, pero no me interesa dibujar políticos. Me arruinan el día.

Fuente: Télam