Diego Bustamante es el creador de Pata Pila, una ONG que asiste a cientos de familias vulnerables. De joven viajó al norte argentino para combatir la pobreza. En Santiago del Estero se convirtió en tutor legal de seis varones y una niña y los llevó a vivir con él. Para este Día del Padre, Juana le envió un mensaje emotivo: “Sos el papá que sacó esta familia adelante”.
Antes de salir de viaje, mientras prepara su bolso, Diego Bustamante (39) atiende el teléfono. Siempre está pendiente de todo y hace más de una cosa a la vez. Es parte de su entrenamiento como padre, pero no cualquier padre: Bustamante asiste, todos los días, a cientos de familias vulnerables en el norte del país.
Diego es, sobre todo, el creador de Pata Pila, una fundación que lucha contra la desnutrición infantil. Ganó el premio EY al emprendedor social del año, por ejemplo. Aunque Bustamante trasciende cualquier título: es un activista a tiempo completo. Parece poético, pero no lo es. En una crisis existencial, se fue a misionar al norte a los 24 años, y entregó su vida a la vocación del servicio, a cuidar a otros. En ese compromiso dejó su hogar en Barrio Norte, y, sensibilizado por una familia sin recursos, adoptó a 7 hermanitos. Y desde entonces, sabe qué significa ser padre.
¿Qué es ser papá? Para Diego Bustamante es cuidar de otro. “Soy padre, madre y tutor, el policía bueno y el malo”, comenta. “Quien pone límites, pero a la vez motiva. La crianza, el acompañamiento, y la escucha. Afectivamente soy el padre de los chicos que viven conmigo y somos una familia”, expresa.
Hoy, sus 6 hijos y su hija lo esperan con una sorpresa. Juana ya le envió un audio: “sos el papá que saco esta familia hacia adelante”. “Después de 3 años y medio de convivencia es la primera vez que me llaman papá”, cuenta. Este domingo cocinarán para él, le prepararán el almuerzo y lo pasarán juntos.
La historia de una familia
En el 2014 sonó el teléfono de Diego, como esta mañana, pero en aquel entonces tenía una misión mucho más complicada: asistir a 7 hermanos que acababan de llegar a un refugio. No lo dudo, fiel a su estilo, fue a solucionar el asunto. Los conoció, eran ellos, los que luego de unos años se convertirían en su propia familia. Desde aquel entonces continuaron en contacto.
Se vieron durante años, y en 2017 comenzó la batalla legal para convertirse en su padre. Quería cambiar su destino, como tantas veces lo hizo desde que asistió en persona a más de 2.200 niños vulnerables del norte del país. Finalmente, entre viajes al juzgado, visitas a Santiago del Estero -donde se encontraban los chicos- lo logró: con 34 años se convirtió en el padre de esos 7 hermanitos, aunque en los papeles figure como el tutor legal. “Ellos me hicieron padre a mí, y yo me ofrecí a vivir con ellos, y empezamos ese proceso legal para que ellos puedan estar conmigo. En la construcción de la vida cotidiana se fue generando el ́Diego padre´, cómo acompaña un padre, cómo quiere, cómo cuida, cómo vela porque ellos están bien, cómo poner límites cuando ellos tienen edades muy diversas -el más grande ya cumplió 21 años-, cómo es acompañar a cada uno con la historia general de ellos, con lo que cada uno vivió y lo que cada uno siente”, agrega el emprendedor.
Su primer día como padre fue con la mudanza. Y no cualquiera, eligió como destino final Entre Ríos. Con una sonrisa en el rostro, continua: “El primer día con ellos, fue viajar a Añatuya. Pude comprar un auto y los fui a buscar para hacer la mudanza juntos a Gualeguay, donde previamente había ido para alquilar una casa y preparar los ambientes para recibirlos. Quería que desde la estética hasta la funcionalidad de la casa sintieran que llegaban al hogar de ellos. Ese era el paso, no pasar de una institución a mi casa y mi familia. Viaje a Santiago, donde hicimos la despedida del hogar, porque ellos vienen de un hogar muy lindo que los acompañaron muy bien, que fue una plataforma para todo lo que hoy estamos logrando, lo crecidos y maduros que están los chicos. Hicimos la despedida y todo el viaje a Gualeguay fue con mucho entusiasmo”, recuerda. Un detalle: cada uno tenía su propio asiento, su lugar, como parte del proceso.
Desde aquel entonces, festeja el Día del Padre en casa, come con ellos, le hacen regalos, pero en general no lo llaman papá. Incluso, él busca mantener el vínculo con el padre biológico, a quien visitan todos los años. El emprendedor, aclara: “Ellos igual tienen a su papá biológico, y sostienen el vinculo, y yo colaboro a que sostengan este vínculo. Se hablan por teléfono y todos los años viajamos a Santiago del Estero a compartir con él. Yo también tengo mis reuniones bilaterales con el papá de los chicos, porque él también me llama. Aprendimos a convivir sabiendo que ellos tienen su familia, y que yo en ningún momento quiero ocupar un rol que no me corresponde, aunque efectivamente sea el padre de los chicos que viven conmigo y seamos una familia”.
Siete hermanos
Ellos son William, Patricio, Mario, Maxi, Juana, Juancito y Ariel. Sus edades van desde los 8 años de Ariel hasta los 21 de William. En Entre Ríos construyeron su nueva vida, un lugar elegido estratégicamente para que puedan estar cerca de la familia y reinventarse lejos de la desnutrición infantil que alguna vez sufrieron al igual que uno de cada tres niños menores de 5 años, según datos de UNICEF..
Ahora van al colegio y hacen deporte. Están juntos, y si hay algo que a Diego le enorgullece es verlos crecer. Todas las noches se ordenan en una larga mesa para cenar en familia. En esos momentos, su padre se relaja y los observa con mucho cariño. “Cuando nos juntamos todos, en esos momentos en las sobremesas eternas que tenemos todos los días, me abstraigo -soy muy de practicar eso- para tomar perspectiva y mirarlos, es disfrutar las pequeñas cosas, cuando van ganando autonomía, o cuando se abren a contarte lo que están viviendo, lo que están logrando, esas son las pequeñas cosas que me dan la pauta de que la cosa va bien, y me hace muy feliz estar cerca de ellos, que estamos pudiendo lograr todo lo que yo había soñado cuando empecé”, agrega.
Las dificultades cotidianas pueden encontrarse en acompañarlos a cada uno de ellos en su momento de vida, señala: “No es lo mismo acompañar a William con 21, a Pato con 19, que Arielito que tiene 10 y vino de chico conmigo cuando tenía 2 años. Los desafíos son con cada uno, en que momento de la vida están, como les esta yendo, como se vincula con sus pares, como le va en el deporte, que necesita. El acompañamiento y la elección de las actividades que voy construyendo con ellos es en torno de lo que voy notando y escuchando, lo que ellos me hacen saber y lo que me dice la gente que tengo alrededor mío”. Aún así, siempre busca apoyo en su propia familia y en especialistas como psicólogos y padres que hayan pasado por experiencias similares.
Al encontrarse cómo padre de 7 hijos a sus 34 años, recurrió a la contención de su propia familia. Ellos, al igual que los nuevos integrantes, son 7 hermanos. Incluso, el modelo de su propio padre es algo que siempre tuvo presente, por lo que comenta: “Fui entendiendo mucho como acompaña un padre, y me fui haciendo mucho espejo con mi propio papá y con los padres que tengo cerca, para ver cuales son los modelos. Ellos me van marcando a mi el timing entre lo afectivo y los límites y también darles muchas herramientas que ellos no habían recibido en sus años de crianza que le van a servir para defenderse en la vida y posicionarse frente a los demás, en el estudio. Me toca ir buceando en las diversas experiencias que tuve para entender cuál es el mejor modo de ser papá para cada uno de ellos”. Pero, a diferencia de su historia, él se encuentra solo, sin una pareja estable a su lado, por lo que afirma le tocó ser “padre, madre, y tutor en una misma persona”.
El proceso de adopción y el mensaje
En cuanto al tema de la adopción, responde: “Adoptar es difícil, no es un mito, es una realidad. Y por eso tiene que cambiar el sistema de adopción. En mi caso soy el tutor legal, no es como un proceso de adopción tradicional. En este caso se consideró la voz de los chicos y que eran un grupo grande de hermanos que ya tenían un vínculo preexistente conmigo, y que en ese caso el juez consideró que la figura más idónea era la de tutoría legal”
A las personas que están pensando en realizar un proceso de adopción, les recomienda: “Si el deseo es genuino de cuidar a un otro y no cumplir un sueño personal, aunque también lo sea, es importante saber que hay un montón de niños en todas las instituciones a lo largo y a lo ancho del país, que necesitan amor, que necesitan acompañamiento, una familia, y que muchas veces son niños de edad más avanzada. No hay que tener miedo de la historia del otro, porque la vida se construye con la historia del otro. Hay un montón de niños de 5 años, de 7 años, de 12 años, que tienen mucho para dar y mucho potencial y mucho para enseñar también. Si le ponen corazón, cabeza, y amor van a poder sortear los desafíos de construir una vida con alguien que ya es un poco más desarrollado. Fomentaría que vayan por los más grandes si el deseo de adopción es cuidar a un otro, hay muchos que están a la espera de esa familia”.
Pero, además de ese rol de padre, Diego tiene una lucha: la desnutrición infantil. La misma que sufrieron sus hijos antes de llegar a su vida. Se expresa: “Lo más duro de todo fue acompañar el fallecimiento de niños, cuando hay un niño que conocías, o que recién nació o una familia que era vecina. Tener que ver a una madre o un padre enterrar un hijo es de los procesos más dolorosos que me tocó acompañar, sin duda. Me tocó verlo muchas veces -se le quiebra la voz-. Sí, mueren de hambre, de desnutrición, por falta de acceso al trabajo, a la economía, al agua, todavía pasa y mucho”.
Por esa razón fundó Pata Pila, y hoy trabajan en 74 comunidades de 4 provincias, cuentan con 5 centros de Desnutrición Infantil y Promoción Humana, 2 hogares de niños, 3 programas de oficios y un espacio de primera infancia, para combatir la desnutrición.