Con su desembarco en el Gabinete Sergio Massa coronó una jugada que lleva meses. Inaugura un diseño político en el Ejecutivo inédito en la Argentina. «Así no se podía seguir», es la frase que resume el pensamiento de buena parte de la dirigencia del Frente de Todos que acompañó su ascenso.
Sergio Massa (SM en adelante) será Superministro (SM en adelanto) cuando termine de realizarse la transición en la Cámara de Diputados.
El Gobierno nació con un rediseño político sin precedentes: la diarquía entre el presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Lo forzaron la necesidad, la urgencia, que justificaban (o compelían a) tomar riesgos. El experimento anduvo pasablemente bien hasta la derrota en las Primarias Abiertas (PASO). Luego empezó a flaquear y hacer agua hasta llegar al presente, su peor momento.
En aquel remoto entonces, aconteció la primera crisis de gobierno que derivó en el ingreso entre otros del Jefe de Gabinete Juan Manzur y del desplazado exministro de Agricultura Ganadería y Pesca Julián Domínguez. La clave, se decía, era sumar “volumen político” al elenco oficial. Mirada en perspectiva, la jugada no resultó. La continuidad de Manzur en su puesto parece pensada más en términos de reconocimiento personal que como premio a sus logros. Y todo indica que su poder futuro será leve comparado con el de SM.
A comienzo de 2022 el presidente tenía que relanzar la gestión, renovar elencos, adoptar políticas sociales audaces, remover funcionarios que no funcionaban. AF leyó mal el escenario pletórico de exigencias; optó por el quietismo. Conservar equipos, esperar a que el despliegue de la economía produjera efectos virtuosos respecto de la inflación, la distribución del ingreso, la insuficiencia de los ingresos fijos de la mayoría de la clase trabajadora. Ese esquema era el que imaginaban (con anuencia presidencial) los exministros Matías Kulfas y Martín Guzmán cuyas salidas traumáticas agravaron crisis preexistentes de por sí preocupantes.
La dimisión de Guzmán precipitó un nuevo marasmo que renovaba la necesidad de cambios de equipo y de políticas. Alberto Fernández reaccionó como los técnicos de fútbol que solo reemplazan un jugador por otre de su mismo puesto: Silvina Batakis por Guzmán. Subestimó la tormenta, dejó pasar una segunda (ya un poco tardía) oportunidad. En esas jornadas de órdago SM comenzó a instalarse como la figura que traía la solución. Reformateo del Gabinete con un ministro catch all, que congregara bajo su mando un descomunal conjunto de carteras y reparticiones. SM desplegó una intensa campaña de operaciones, ayudada por la entropía de la Casa Rosada, el asombroso bajo perfil del Presidente en semanas procelosas, las inauditas torpezas de la comunicación oficial. Ayer SM coronó su jugada.
Despunta una nueva etapa con otro experimento. Jamás desde 1983, repasa este cronista y acepta correcciones de colegas o lectores atentos, un ministro concentró tanto poder dentro un gobierno. Asumirá en el transcurso de un tsunami político, económico y financiero. Si remonta (lo que se le desea, desde ya) Massa quedará con el crédito y la virtualidad de ser candidato a presidente por el Frente de Todos (FdT). Si la crisis se devora a los protagonistas, Massa y Alberto Fernández compartirán los costos. Habrá que ver cómo pilotea CFK su posición frente al nuevo elenco y a las políticas que vaya adoptando.
Las puertas giratorias de nombres y cargos que se desgranan en otras notas de esta edición roban cámara pero lo esencial desde ahora se bifurca. Un aspecto es el nuevo esquema institucional sobre el que las primeras miradas parecen coincidir. Otro, las políticas que pondrá en práctica SM de las que, hasta ahora, poco se ha anticipado.
Se les dedican sendos párrafos a pocas horas de la movida, a cuenta de lecturas más afinadas según pasen los días.
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Las redes sociales se entretienen, los memes proliferan. La de por sí menguante autoridad presidencial se debilita. SM queda como figura central del Ejecutivo, un conchabo que pocos aceptarían llave en mano. La decisión habla de su audacia y de la fe que se tiene.
El diseño institucional es inédito, se insiste. Massa concentra el poder político, empuña una cantidad apreciable de lapiceras. Fernández queda en un rol minimalista, acaso sincerando o “legalizando” el que practica desde hace semanas.
Ese es el argumento que circula dentro del FdT para apoyar la mutación. Con palabras de este cronista “no había presidente, ahora hay una especie de primer ministro de facto que empuña el timón”. El vacío de poder es insoportable e insostenible. Mejor jugarse a nueva forma de cohabitación… factible en un sistema parlamentario, poco usual en el presidencialismo, pionera en la Argentina.
“Es la política, compañeros” sería la consigna que en la contingencia relega u olvida cuestionamientos a la trayectoria previa de Massa. Reproches que para ser francos fueron dejados de lado al conformarse el FdT, producto de una tregua respecto de anteriores enfrentamientos.
La jibarización de la figura presidencial se interpreta como un precio menor frente una eventual continuidad de estas semanas. “Así no se podía seguir” es el núcleo de la explicación política. La unidad del FdT solo es alcanzable si hay un gobierno activo, con iniciativa. El encabezado por SM y AF por decirlo con un eufemismo.
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Ayer en Palacio se sucedían relevos, designaciones compensatorias, comunicaciones en tiempo real. En el Predio Ferial de Palermo “el campo” cantaba su auto elegía: la oda a los ganados, a las mieses y (añadido reciente) a las silobolsas. El expresidente Mauricio Macri recibía ovaciones. La clase dominante, da la impresión, ratificaba su voluntad de seguir apostado a la devaluación, de no vender la soja encanutada.
En otro paraje de Ciudad Gótica, las organizaciones piqueteras de izquierda porfiaban en sus reclamos de mejoras a las prestaciones sociales y reapertura de las altas en el Plan Potenciar Trabajo.
Las organizaciones populares oficialistas exigen además un Ingreso Básico Universal o un Salario Básico Universal o una política de ingresos institucionalizada y expansiva. Otros sectores demandan un aumento de suma fija para trabajadores en relación de dependencia.
Las líneas precedentes, lejos de ser una digresión, pintan el contexto en que se instala Massa. La Argentina afronta retos complejos, acaso contradictorios. La inflación es intolerable, debe reducirse. La distribución del ingreso, injusta. Desde el ángulo oficial, deben cumplirse las exigentes metas pactadas con el Fondo Monetario Internacional (FMI). La corrida financiera sigue siendo una amenaza. Guzmán-Batakis-Fernández se plantaron contra la devaluación. La ofensiva de los mercados sigue incólume.
Dichos retos exigen respuesta inminente. La validación colectiva del desempeño de Massa no solo depende de la aprobación de Cristina que ayer se daba por descontada en quinchos, residencias de gobernadores, tertulias de café y unidades básicas. También o mejor dicho en esencia de las respuestas a los problemas. En particular, a las necesidades de la gente común cuyo apoyo se diluyó en las elecciones de 2021 y solo se recobrará mediante la satisfacción de necesidades, que son derechos.
Es la política económica, compañeros y ciudadanos. Ninguna unidad de dirigentes ni un rediseño ministerial impresionante alcanzarán sin un salto de calidad y una reorientación de las políticas públicas.
La pregunta que brota desde ahora es si la gestión de SM, con escasos recursos y contrarreloj, conseguirá aportar las soluciones, los alivios, las mejoras tangibles que los argentinos esperan y merecen.
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Un rabino soñado por Borges se preguntaba. “¿por qué la inacción dejé, que es la cordura?” Para tantos dirigentes peronistas la inacción era insensata, un modo de suicidio en goteo. La respuesta arranca, habrá que verla en movimiento. Los resultados mandan. Otros enigmas se abren, entre ellos si los desplazamientos de ayer son los definitivos o si SM empujará otros haciendo valer su peso específico a medida que gestione.
Entre otros hilos sueltos de las primeras horas queda por verse si la oposición parlamentaria acepta que la presidencia de la Cámara de Diputados quede, conforme manda la tradición histórica, en manos del oficialismo. Sería lo lógico. Habrá que ver.
Un escenario asombroso se abre, prematuro internarse en vaticinios. El domingo la seguimos.
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Fuente: Página 12