Huayra, Yachay y Munay fueron encontrados hace aproximadamente 15 años por un ganadero que, creyendo que era lo mejor para ellos, los acercó al exzoológico de Colón, en la provincia de Buenos Aires.
Pasó mucho tiempo, muchas denuncias por la falta de cuidado de los animales en el lugar y ante la presión social, el predio terminó cerrando.
Sin embargo, aunque muchos se fueron de ahí, estos pumas fueron condenados a vivir en un terrario de tortugas, ubicado en medio de la plaza del pueblo.
Pero mientras en lugares como Santa Cruz se autoriza la caza deportiva de animales salvajes, retrocediendo en años de lucha y de derechos, hubo gente que no dejó de trabajar por estos tres felinos olvidados en un pequeño recinto.
Durante años los vecinos del pueblo, reunidos en el grupo de acción Cerremos el Zoo, iniciaron colectas, propusieron ideas, hasta inclusive pensaron en llevarlos a otro continente. A pesar de la campaña, nada de eso prosperó. Un día, a pedido de las autoridades que ya no encontraban qué más hacer con los animales, llegó Fernando Pieroni con la Fundación Planeta Vivo y, aunque la burocracia y la falta de voluntad de muchos responsables demoró el traslado casi tres años, este lunes finalmente los pumas llegaron al santuario Tekove Mymba y recuperaron su libertad.
Así se montó un gran operativo: con el acompañamiento de Gendarmería Nacional, el trabajo de un gran número de veterinarios y 450 kilómetros después, en dos camionetas 4×4 los felinos llegaron a su nueva vida. De Colón (Buenos Aires) a Colón (Entre Ríos), los pumas hoy disfrutan de una vida con tres hectáreas de diferencia.
Y así, con el traslado de ellos, se cerró un ciclo: el de Colón es el primer zoológico de la Argentina que quedó con todas sus jaulas vacías.
Una vida de cautiverio
Eran 9 en total los pumas que vivían en una jaula en el exzoológico de Colón, en la provincia de Buenos Aires. No hay registro claro de cómo fueron llegando, pero algunos recuerdan que fue un ganadero el que llevó a Huayra, Yachay y Munay hasta allí luego de encontrarlos solos en una madriguera, cuando eran apenas unos cachorros.
Desde entonces pasaron 15 años. En el 2013, por la presión de la gente, el lugar fue cerrado. Por aquel entonces alojaba a 400 animales en condiciones deplorables y particularmente ellos vivían hacinados. Durante los años siguientes, los pumas fueron muriendo y quedaron los tres hermanitos, que terminaron en un terrario de tortugas.
“Los pocos lugares que podían recibirlos estaban colapsados. Durante mucho tiempo se averiguaron distintas maneras de sacarlos de ahí, pero nada prosperó. Hace tres años a mí me llegó el caso luego de que una directora de Ambiente me pidió colaboración. Así empecé a contactarme con la antigua gestión de la municipalidad y viajé a conocerlos. Estaban en medio de la plaza del pueblo, al lado de la cancha del principal equipo de la ciudad, viviendo en medio de ruidos, gritos, fuegos artificiales los días de partidos”, explicó Pieroni.
El activista ofreció como solución llevarlo a un santuario a Entre Ríos, con la condición de que el Municipio se haga cargo de cercar el lugar, toda la logística restante corría por cuenta de la fundación. Pero durante mucho tiempo y muchas promesas incumplidas, el traslado de se fue aplazando. No había respuestas y las que hacían circular no daban esperanzas.
Sin embargo, con el cambio de gestión, la causa avanzó. “En cinco meses se solucionó lo que tardó tres años”, señaló Pieroni. Con permisos y mucho papelerío de por medio, arrancó el operativo. Sin embargo, y desafortunadamente, dos semanas antes del traslado ocurrió un hecho muy triste. Munay, la puma que fue la cara emblema de la lucha, murió por las deplorables condiciones en las que se encontraba.
El camino de la libertad
El operativo comenzó muy temprano. Las camionetas llegaron poco después de las 8 al pueblito y los veterinarios arrancaron con los preparativos. Hubo que sedar a Huayra y a Yachay para hacerles todos los estudios necesarios y chequear cómo era su estado de salud, algo que hace años nadie controlaba.
En el medio, inclusive, al macho hubo que intervenirlo por una gran infección que tenía en un colmillo y que le estaba generando un dolor impresionante y dificultades para comer. Pero, como nadie llevaba un registro de ello, nadie sabía de su padecimiento.
“Fuimos preparando las cajas al costado de las jaulas para cargarlos. Les hicieron lo que es muestras de sangre y radiografías. Una vez que se terminó de intervenir al puma que tenía el problema se los metió a las cajas de traslado. Recién cuando vimos que estaban despiertos a través de las cámaras de monitoreo que colocamos, salimos. Nunca viajamos con ellos sedados porque es peligroso”, explicó el activista.
Así comenzaron los 450 kilómetros que separan a Colón de Colón. Ellos, ante la sorpresa de quienes participaron del traslado, viajaron sin problema. “Se habrán levantado dos veces, inclusive uno se tiró panza arriba en un momento”, contó Fernando, que, además, aclaró que de 35 traslados que lleva, fue en el que más tranquilo se sintió. “Viajamos muy bien, salimos a las 10 y llegamos a las 16 a Entre Ríos”, precisó.
Ya con el sol de la tardecita, llegó el gran momento. “Fue una locura cuando paramos las camionetas. Bajamos las cajas y se decidió liberarlos a los dos al mismo tiempo porque estuvieron juntos toda la vida y lo mejor que les podía pasar era verse en un nuevo lugar juntos”, sumó con entusiasmo Pieroni.
Así se abrieron las cajas que dieron paso a una nueva vida y Fernando lo rememoró: “La hembra enseguida salió, pegó un gritito y la gente se corrió. Ella salió corriendo como loca, automáticamente giró la cabeza y miró la otra caja. Ahí salió el hermano, que es más asustadizo, y se fueron corriendo para adentro del recinto”.
Aunque hubo muchas dudas sobre el traslado por la edad avanzada de los pumas, que ya están en la etapa final, Pieroni remarcó la importancia simbólica que tiene haberles devuelto, por el tiempo que vivan, la dignidad que se les arrebató. “El instinto jamás lo pierden. Apenas salió, ella, que es la más imponente, vio a los lejos caballos y enseguida se agachó y se puso en posición de caza. Al instinto no se lo quitas con nada, los animales cambian rotundamente en la naturaleza”, insistió y sumó: “Ellos pueden vivir dos días o diez años, pero que ese tiempo que les quede vivan dignamente, no olvidados, como cuando llegamos a Colón, que no tenían ni nombre”.
Y tras ello, contó cómo fueron los primeros momentos de libertad. “El machito estuvo un rato refugiado atrás de un árbol. Los seguí un poquito y hoy a la mañana me llegó la noticia de que estaban los dos relajados. Están monitoreados con cámaras de seguridad, se les puso collares rastreadores por cualquier cosa. Ahora van a tener la vida tranquila, relajada, lejos de la exhibición. En dos meses voy a verlo y no los voy a reconocer, les cambia el pelaje, toman musculatura”, sostuvo.
Finalmente, Fernando llamó a la reflexión, no solo de la sociedad, sino de las autoridades responsables, para que se actúe de manera más rápida en pos de una mejor vida para ellos.
“Basta de zoológicos, que las generaciones siguientes vean que estamos reparando los errores del pasado. Si cerramos los zoológicos y los animales siguen estando en jaulas, no cambiamos nada. Empecemos a trabajar para que sea más fácil todo y para eso necesitamos el apoyo de los políticos, para hacer un laburo en conjunto. No podemos normalizar nunca más tener tres pumas encerrados en una plaza en medio de la ciudad”. /TN