*Por Ivanna Azcárate
(El dólar se trepa, el FMI presiona y la paciencia… ¿hasta cuándo aguanta?).
En Argentina, cuando el dólar empieza a moverse raro, todos sentimos un déjà vu. Algo así como una alarma que suena bajito al principio y después estalla. Y sí, en el fondo de nuestras cabezas suena esa canción de La Bersuit:
“Se viene el estallido, se viene el estallido…”
¿Por qué vuelve el miedo ahora?
Porque el gobierno de Javier Milei está negociando con el FMI, otra vez. Y en ese tira y afloje, hay una palabra que da escalofríos: devaluación.
Devaluar: ese viejo conocido.
Una devaluación es, básicamente, cuando el peso pierde valor frente al dólar. El efecto: todo lo que se importa sale más caro, y como en Argentina casi todo tiene un componente importado (desde la yerba hasta los remedios), suben los precios y baja el poder adquisitivo.
Pero hay formas y formas de hacerlo. Y ahí está la clave. (spoiler: ninguna es gratis)
Devaluación controlada: la versión “ordenada” del desastre.
Una devaluación controlada es cuando el Estado administra el ritmo al que sube el dólar. Como una especie de “microajuste” diario o mensual, conocido también como crawling peg.
Ejemplo:
Durante el gobierno de Néstor Kirchner, en los primeros años post-crisis 2001-2002, se mantuvo un dólar competitivo pero estable, con aumentos suaves y predecibles. Eso dio margen para reconstruir reservas, fomentar exportaciones y contener la inflación.
Otro ejemplo más reciente:
En 2022, con el “dólar soja”, el gobierno de Alberto Fernández hizo una devaluación sectorial (parcial y controlada) para incentivar liquidación de exportaciones sin disparar el dólar oficial para todos.
Ventajas: previsibilidad, permite planificar.
Desventajas: si no se acompaña con medidas sociales, igual duele; y si el mercado no cree en la estabilidad, la presión igual explota por otro lado (dólar blue, inflación, etc.).
Devaluación descontrolada: cuando explota todo
La devaluación descontrolada es el “sálvese quien pueda”. Es cuando el dólar se dispara en pocas horas o días, sin intervención del Estado o sin herramientas para frenar la corrida. Es el shock, el caos económico.
Ejemplo:
En enero de 2002, tras la caída de De la Rúa, se pasó del 1 a 1 al dólar libre de un saque. El tipo de cambio se disparó más de un 300% en semanas. Eso fue acompañado de estallido social, pérdida masiva del poder adquisitivo, cierre de pymes y pobreza récord.
Más cerca:
En agosto de 2019, después de las PASO, el dólar saltó de 46 a 60 pesos en un día. El gobierno de Macri no intervino hasta que ya era tarde. Resultado: fuga de capitales, reservas evaporadas, inflación desatada.
¿Ventajas? Ninguna.
¿Consecuencias? Inflación, pobreza, desempleo, conflictividad social. Y una frase que nunca falta: “el mercado se sinceró”.
¿Y el FMI qué pinta en todo esto?
El Fondo Monetario no pide devaluar de frente, pero sí exige que el dólar esté “en su verdadero valor”, o sea, más caro. Porque así se incentivan las exportaciones, se frena la demanda de dólares y se acumulan reservas.
Entonces, si Argentina no cumple metas como bajar el déficit, acumular reservas o contener la inflación, el FMI deja de girar fondos, y ahí es donde el gobierno pierde el control, literal.
Por eso muchos temen que, si las cosas no se manejan con cuidado, lo que hoy parece “ordenado” se puede volver un desborde tipo 2001.
¿Y entonces… se viene el estallido?
No lo sabemos. Pero si hay algo que la historia argentina nos enseñó es que cuando se juega con el tipo de cambio sin red, los platos rotos los paga la gente.
Si la devaluación es controlada pero no se acompaña con política social, duele.
Si es descontrolada, arde todo.
Y mientras se discute en Washington, los precios suben acá, la plata no alcanza, y el malestar crece.
El estallido no es una canción: es una posibilidad.
Y si pasa, no va a ser porque la gente no aguantó, sino porque el modelo económico nunca pensó en ella.